Es la noche del 14 de abril de 1912. Mar del Norte. En la cubierta de un transatlántico enorme la banda interpreta, no exenta de terror y sarcasmo, Más cerca de ti, Dios mío. El mayor activo de la White Star Line, aquel a quien ni Dios sería capaz de hundir, se fue al fondo en forma irremediable. Mientras las personas (las ricas primero) son evacuadas en botes salvavidas, la banda sigue adelante: un concierto para moribundos.

La mayor obra de ingeniería naval no pudo contra un iceberg. ¿Fatalidad? ¿Destino? No. Soberbia y ambición hicieron que se utilice una ruta veraniega, inoperable en otras épocas del año por, justamente, los hielos flotando sin control ni registro en cartas navales. El capitán, a pesar de conocer estas condiciones, decidió no bajar la velocidad. El comité en USA, presidido por William Alden Smith —senador por Michigan— concluyó en que los vigías, al carecer de prismáticos, y debido a la alta velocidad, no vieron el iceberg hasta estar a 500 metros. Muy tarde para maniobrar. Los prismáticos estaban, pero bajo la llave que un oficial, David Blair, se llevó en el bolsillo al despedir al barco desde la costa. Otros oficiales presentes en la embarcación tenían prismáticos. A ninguno se le ocurrió prestárselos a los vigías.

En Gran Bretaña, el punto de partida del viaje, una comisión análoga determinó que la tragedia se debió a la alta velocidad (producto de presiones comerciales para arribar en forma anticipada como estrategia de marketing), la vigilancia ineficiente y la falta de organización al momento de evacuar.

¿Existen, entonces, catástrofes evitables? ¿Se pueden prever los icebergs?

La tragedia del Titanic dejó como resultado 1329 muertos sobre 2227 pasajeros. Del total de pasajeros de tercera clase el las víctimas ascendieron al 75%. De los de segunda, 59%. De los de primera, 38%. No solo los barcos y aviones separan en clases, también la muerte.

Pasaron más de 100 años. Una tormenta perfecta cubrió el cielo patrio. El 28 de diciembre, en aquella conferencia de prensa de la “intelligetsia” económica argentina algunos supieron intuir una masa inmensa de hielo formándose allí adelante, no tan lejos, en el horizonte. Las señales, a la vista: la velocidad de endeudamiento en unos dólares que no producimos, una pésima gestión del Banco Central, un comando económico dividido y enfrentado. El ministro de Economía intentando bajar la inflación mientras que el de Energía, con sus medidas, la sube; el cambio forzado en la política monetaria, en ese diciembre, sin brújula ni norte; un jefe de Gabinete y sus dos asistentes jugando sin éxito al estadista.

¿Nadie, ninguno del mejor equipo de los últimos 50 años vio venir el iceberg de frente?

Llegamos al fondo. Argentina tropieza, una vez más, con la misma piedra. Desde 1958 vivimos —sufrimos— 26 planes del FMI. Deuda eterna. Insistiendo en un esquema de producción primaria fogoneado por unos pocos (poderosos pocos) que dejó de funcionar en la década del 20. El recuerdo aún fresco de la crisis de 2001. El recuerdo casi igual de fresco de la del 89. Incluso, para quien escribe, las consecuencias de la del 75.

No tenemos dólares. No producimos dólares. Pero insistimos en endeudarnos en dólares. Quitamos controles a los capitales, controles que hasta Chile conserva. Eliminamos retenciones cuando no tenemos otros ingresos. Permitimos que el campo, la mayor fuente de ingreso de divisas extranjeras, traiga el dinero cuando quiera. Fomentamos la bicicleta financiera con Lebacs e instrumentos semejantes. ¿Dónde está la sorpresa al chocar con el iceberg? Prismáticos había. Nos sobraban oficiales y marineros. Vigías de toda clase. Pero ninguno de los tripulantes estaba mirando.

Un sinfín de economistas de toda laya, de derechas e izquierdas, ortodoxos y heterodoxos advierte desde hace meses que la nave se dirige irremediablemente al iceberg. Especialistas tan ideológicamente dispares como Melconián, Bercovich, De Pablo, Zaiat, Milei, Espert o Zlotogwiazda se cansaron de hacerles señas a los tripulantes. Cada uno con distintas miradas, pero con una cosa en común: el diagnóstico.

“Vamos en un tren a 80km por hora, nos dirigimos a una pared. […]  Aún no es tarde para cambiar el rumbo”, dijo el economista Juan Carlos De Pablo un par de meses atrás en el programa de entrevistas de Novaresio el 10 de mayo de este año. “Ojo que se puede ir todo a la mierda”, dijo Melconián, enrolado —curiosamente—  en el partido gobernante y sincerándose encima en el Congreso Anual del Instituto Argentino de Ejecutivos de Finanzas el 6 de junio del año pasado. El iceberg.

Edward Smith, el capitán del Titanic, se ahogó por voluntad propia. Eligió hundirse con su nave, asumiendo la responsabilidad de la tragedia. No podía seguir viviendo si alguien había perdido la vida bajo su comando. En mi barrio dirían “se hizo cargo”.

Aquí, un ejército de oficiales de otros naufragios nos siguen dando indicaciones de cómo pilotear un barco en medio de una tormenta. Así, los Cavallo se pasean orondos por los canales de TV. Otros de esos oficiales, peor aún, forman parte de esta tripulación: Sturzenegger, Dujovne, Lopetegui. ¿Cómo es que nos sorprende, entonces, la iterancia de nuestras tragedias náuticas?

El 16 de mayo en conferencia de prensa desde la Quinta presidencial de Olivos, el capitán de nuestro barco —el presidente de la Nación— dijo “la turbulencia ya está superada”. La diferencia entre un oleaje embravecido y el choque con un iceberg suelen ser —son— las víctimas.

Como en el Titanic, cada suceso trágico deja heridos y muertos. Caídos por la borda del sistema. Colapsa el mercado interno, cierran negocios, los créditos hipotecarios se tornan impagables. El trabajo en blanco, cada vez peor pago, se convierte en una excepción y no en una regla. Luz y gas se vuelven lujos. Pobreza cero, trabajos de calidad y otros eslóganes vacíos ya no se esgrimen. Mientras tanto, un ejército de —permítanme el término— «eufemistas» invanden la pantalla. “Ya pasó la turbulencia”. Ya se hundió el Titanic. Pero dejó un 67% de víctimas mortales.

Un ejército de sordos y ciegos nos explica que quemar basura, actividad tóxica, ahora es termovalorización. Que devaluación es adecuación. Que hipotecar la vida de millones con deudas impagables es volver al mundo. Que el FMI es una ONG solidaria.

Platón decía que los sabios hablan porque tienen algo que decir; los necios, porque tienen que decir algo.

El 15 de mayo el periodista Alejandro Rebossio en el portal de Revista Noticias listó las solicitudes (supieron ser exigencias) del FMI,  devenido en ONG solidaria. En vano listarlas: son siempre las mismas. Y la mayor parte de sus víctimas vuelven a ser, siempre lo son, los de tercera clase.

Giles Deleuze concibe a la deuda como constitutiva del hombre contemporáneo. Debe el que puede, es decir, quien puede acceder al crédito. El estado de endeudamiento deja de ser excepcional para constituirse en una condena permanente. Para los hombres. Para los pueblos.

Soberbia y ambición. Chocamos con el iceberg. Los botes no alcanzan. El barco se hunde. Una vez más, al Fondo.